miércoles, 27 de junio de 2007

El molino de viento


Siempre que paso por delante de este edificio me fijo en las flores y en el molino de viento que asoma entre ellas. Y eso porque ambos dan un toque de optimismo al feo edificio sobre el cual se apoyan. El molino sin embargo parece ya viejo y maltratado por la lluvia y el viento. ¿Quién lo habrá puesto ahí? Quizá un niño, quizá un mayor que todavía conserva el niño que todos llevamos dentro.

En algun lugar de un gran pais
olvidaron construir
un hogar donde no queme el sol
y al nacer no haya que morir

Y en las sombras
mueren genios sin saber
de su magia
concedida, sin pedirlo
mucho tiempo antes de nacer.

No hay camino que
llegue hasta aqui
y luego prentenda salir.
Con el fuego de
el atardecer arde la hierba

En algun lugar de un gran pais
olvidaron construir
un hogar donde no queme el sol
y al nacer no haya que morir

un silbido cruza el pueblo
y se ve, un jinete
que se marcha con el viento
mientras grita
que no va a volver

Y la tierra aqui
es de otro color
el polvo no te deja ver
los hombres ya no
saben si lo son
pero lo quieren creer
las madres que ya
no saben llorar
ven a sus hijos partir
la tristeza aqui
no tiene lugar
cuando lo triste es vivir.


[Duncan Dhu - En algún lugar]

lunes, 25 de junio de 2007

See you



Nunca me han gustado las despedidas. En realidad, supongo que a nadie le gusten, así que tampoco estoy contando nada extraño.
De todas formas, no todas las despedidas son igual de importantes: despedirse de un bolígrafo al que se le acaba la tinta no tiene mucha trascendencia, quizá algo más despedirse del teléfono que después de acompañarnos durante años, un día deja de funcionar. Pero lo que de verdad cuesta es despedirse de un amigo. No todo el mundo ha tenido un amigo, y en la escasez reside lo valioso.
A veces los amigos se van porque te das cuenta de que no son tan amigos, y decides que eres tú quien se baja en la próxima estación. O te bajas porque es tu parada. Pero otras veces es un amigo el que se baja: le toca coger otro tren, y tú tienes el billete pagado hasta unas estaciones más allá.
En cualquiera de los casos, el ruido de las puertas al cerrar, ya sea contigo por un lado o por el otro de las mismas, y el posterior cruce de miradas desde el cristal que ahora separa el mundo de uno y de otro, es siempre doloroso. Y más cuando el tren comienza andar, viendo cada vez más lejos que lo que antes era tu amigo ahora se confunde entre una multitud de personas anónimas, todas ellas con sus maletas de recuerdos, apresurados por tomar un tren en el que conocerán a gente que casualmente decidió montar unas estaciones atrás en ese y no en otro. Cosas del destino.
Por eso quiero decirle a mi amigo que espero que el próximo tren que tome sea al menos tan cómodo como en el que antes viajábamos juntos, y que encuentre gente interesante con la que compartir viaje, charla y experiencias. Mientras tanto yo en mi ahora incómodo tren miraré su asiento vacío hasta que alguien decida sentarse en él. Pero no será lo mismo.


De todas formas mi parada no está lejos, o eso parece, así que quién sabe, a lo mejor después de 3 o 4 cambios de tren volveremos a vernos. Sólo el destino lo sabe

jueves, 21 de junio de 2007

Calle Cardenal Torquemada


No es una foto bonita. Tampoco la calle retratada es especialmente agraciada. Aunque a decir verdad, no es de las más feas de la ciudad. Digamos que es una calle estándar. Como la foto.

No conozco la fecha en la que fue inaugurada, pero tampoco es algo que me importe demasiado, lo único oficial que se de ella es que lleva el nombre de un cardenal que en su día fue inquisidor general de Castilla, algo que no la hace especialmente atractiva. El resto de lo que se de ella son vivencias propias.

¿Cuántas veces habré pasado por ella? ¿300? ¿500? ¿Quizá más? Soy capaz de recordarla al detalle con los ojos cerrados: el hospital a la derecha, con sus cabezas perpetuamente asomadas a las ventanas y vigilando mis pasos sea la hora que sea (quizá añorando poder salir a andar por esa calle que en esos momentos maldigo por ser tan larga); el instituto a la izquierda, que en su día fue de los más esplendorosos de la capital, pero que hoy en día reúne a gentes de todo tipo y condición. A lo largo de toda la acera los árboles, frondosos a un lado intentando esconder el feo hospital, y al otro famélicos, que parecen pedir perdón por molestar entre tanto coche y alquitrán. Tres carrilles –uno de ida sólo para autobuses y dos de vuelta- que invitan a volver pero no a ir. Los bancos, siempre vacíos, rogando que algún jubilado los use para tomar el sol, un niño para atarse los cordones, o una adolescente para apoyar sus libros mientras se besa con su novio.

Ahora que me paro a pensar (vaya lo que da de sí pensar), recuerdo que hace unos años en vez de esa verja había unos vestuarios y unas piscinas cubiertas totalmente abandonadas, en las que a lo mejor se baño en su juventud ese señor que veo ahora en la acera a lo lejos arrastrando sus pies. Un buen día sin embargo dejaron paso a una especie de jardín para ampliar el patio del instituto, volatilizándose los recuerdos y secretos que encerraban esas paredes. “Cómo pasa el tiempo”, pensará el señor de los pies arrastrados.
Quizá dentro de unos años sea yo el señor que arrastra los pies, y un joven que no tenga nada que hacer me fotografíe por detrás mientras deshago las pisadas que tantas veces hice en mi por entonces desaparecida juventud. Porque esa calle es testigo de muchas de las cosas que me han pasado estos años, que quedarán escondidas entre los adoquines rojos hasta que el color rojo pase de moda y desaparezcan, como hace un tiempo lo hicieron los vestuarios.

El primer día que la recorrí fue la tarde del 30 de septiembre del 2005. No hacía frío, tampoco especial calor, y el viento jugueteaba con las primeras hojas que ya estaban por el suelo. Y porque no decirlo, lloré. Lloré porque mi vida de instituto se había acabado finalmente, porque mi casa ahora sólo sería un lugar en el que pasaría 3 meses al año. Porque mis amigos estaban lejos. Porque tenía ganas, porque nadie me conocía, y porque a nadie iba a dar pena. Porque no sabía si estaba en el punto al que quería llegar.

Desde entonces y hasta hoy, la atravieso todos los días para ir a la facultad, salvo cuando me salto la rutina y me doy una vuelta por otras calles, incluso por aquellas que no conozco y llego tarde a primera hora, o directamente llego a segunda. La mayoría de las veces la recorro andando, pero a veces la veo desde las ventanas de la línea 2. Porque hace frío, porque hace calor, porque llueve, porque hace viento, o porque tengo el día vago.
A veces voy relajado y fijándome en las caras de la gente dentro de los coches; otras –la mayoría- andando rápido porque quedan 5 minutos para que empiece la clase; otras, cuando me dirijo a hacer un examen, muerto de miedo; y otras, cuando salgo por la noche, deseoso de llegar al lugar de la cita con los amigos. A la vuelta hago mis cálculos sobre qué nos pondrán de comer en la residencia, pienso en las preguntas que no supe contestar en el examen, en lo que voy a hacer el fin de semana, o simplemente no pienso y me concentro en no caerme del sueño, frío y borrachera.

En fin, una calle como cualquier otra en un mapa para un turista, y para mí hasta hace dos años, pero hoy el testigo silencioso de mis pasos, mis progresos, y mis fracasos.

[Ce n’était qu’une rue semblable à cent mille autres. Mais j’en ai fait mon ami, et elle est maintenant unique au monde]

lunes, 18 de junio de 2007

Screaming

You really wanna know what's bothering me ?
Do you?
Do you really wanna know what's on my mind ?

Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!!!!!!!!

domingo, 17 de junio de 2007

Sous les pavés, la plage


Papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito
de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo,
y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana,
y canciones de los Rolling, y niñas en minifalda.

Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis
estropeando la vejez a oxidados dictadores,
y cómo cantaste Al Vent y ocupasteis la Sorbona
en aquel mayo francés en los días de vino y rosas.

Papá cuéntame otra vez que tras tanta barricada
y tras tanto puño en alto y tanta sangre derramada,
al final de la partida no pudisteis hacer nada,
y bajo los adoquines no había arena de playa.

Fue muy dura la derrota: todo lo que se soñaba
se pudrió en los rincones, se cubrió de telarañas,
y ya nadie canta Al Vent, ya no hay locos ya no hay parias,
pero tiene que llover aún sigue sucia la plaza.

Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis,
que lejos queda Jean Paul Sartre, muy lejos aquel París,
sin embargo a veces pienso que al final todo dio igual:
las ostias siguen cayendo sobre quien habla de más.
po
[Ismael Serrano - Papá cuéntame otra vez]

jueves, 14 de junio de 2007

La peora


"Un amigo mío sostiene que en la vida hay muchos supuestos avances y conquistas tecnológicas o de otro tipo, que en vez de ser una mejora son… una “peora”. Para mí, por ejemplo, una peora son las tarjetas magnéticas que nos dan en los hoteles en sustitución de la llave. Más de una vez me he encontrado maldiciendo a la tarjetita de marras cuando después de llegar cansada y a las mil y monas a mi habitación (situada, digamos, en la plata treinta y siete del edificio) descubro, vaya por Dios, que se ha desmagnetizado y tengo que volver a recepción para que la imanten.


Una peora son también esos secadores de manos a base de aire caliente de los lavabos públicos, tan aborrecidos por todo el mundo como para que cada uno acabe recurriendo al papel higiénico y lo deje hecho una sopa. También son detestables los grifos automáticos que racionan el agua y que o bien ofrecen un chorro exangüe y ridículo, o nos salpican con uno larguísimo y caudaloso que malgasta agua de forma escandalosa sin que podamos hacer nada por remediarlo. Y ya que estamos en los lavabos públicos ¿se han topado ustedes con la cisterna loca? Me refiero a esa que se activa por sí sola en cuanto uno se aleja más de diez centímetros de la pared y por tanto acaba limpiando el retrete cinco o seis veces antes de que uno pueda salir del cubículo (quince o veinte litros que se van cañería abajo, ole, qué alegría).


Pero el reino de la peora es extenso y no sólo tiene que ver con los adelantos mecánicos o técnicos. Hablemos ahora de gastronomía. La obsesión por la comida sana unida a las ganas de situarse a la vanguardia de la modernez hace, por ejemplo, que alguna compañía aérea, en aras de satisfacer al cliente haya contratado (por un pastón, imagino) a uno de esos cocineros estrella superferolíticos (cuyo mayor mérito culinario es que su nombre rima con cacerola) para que les confeccione el menú. Desde entonces, donde antes te daban una deliciosa chapata de jamón ibérico o un tradicional bocadillo de queso manchego, ahora te castigan con una brioche de brotes de soja adornada con un orejón (sic).


Sin embargo para mí, donde más brilla la peora, su hábitat habitual y donde se hace estrella rutilante, es en todo lo que está relacionado con la telefonía. ¿Qué tal el asunto de la automatización salvaje? Hablo de la imposibilidad absoluta de hablar con un ser humano por más intentos que se hagan: “Si quiere pedir información marque el 1; para hablar con la central marque el 2; para que lo atienda la operadora el 3.Y, marques lo que marques, lo único que consigues es volver a oír al maldito autómata: marque el 1, marque el 2… Sin embargo, aún hay peoras más sádicas: antiguamente, cuando nuestro interlocutor tardaba en contestar, sonaba el tono de llamada, ahora (con el contador corriendo en contra del que llama, obviously) en cuanto suena una vez, plaff, te ponen una música.

Y hay gran variedad de melodías, porque el comunicante puede elegir la musiquilla con la que desea amenizar nuestra espera. Así, mi abogado es la Quinta, de Beethoven; mi banco Las cuatro estaciones, y mi médico, Opá, yo viacé un corrá. Ni que decir tiene que, a estas alturas, detesto tanto a Ludwig Van como al amigo Vivaldi y, si se me pone a tiro un koala, no sé qué pasaría con mi proverbial amor por los animales. Por cierto: el otro día me contaron que a alguien se le ha ocurrido la genial idea de “comprar” esos espacios de espera para introducir en ellos unos cuantos anuncios publicitarios. Eso sí que sería el acabóse. Pero, al menos, no sería perjudicial para mí sino para el incauto anunciante. Como diría mi adorada Vivian Leigh, a Dios pongo por testigo que nunca, pero nunca, nunca, compraré algo que se me sugiera por esta vía.


¿En qué estarán pensando los gurus del marketing me pregunto yo? ¿No conocen aún el letal efecto de una peora?"


[Carmen Posadas - La peora]

domingo, 10 de junio de 2007

Mis botas nunca me fallaron


Dices que así no estás bien pero no cambias nada
Dices que puedes hacer pero ni empiezas ni acabas
Luchas contigo esta vez no puedes salir corriendo
es tan fuerte tu tormenta que fuera ves mojado el suelo
y no recuerdas que tus botas nunca te fallaron
que pisaste mil tormentas y siempre te has salvado
solo tuviste que andar solo creer en tus pasos
eres tú quien sabe más, eres quien saldrá ganando

Hay tanta fuerza que debes romper el silencio que abrazas
silencio de miedos, silencio de planes
que son posibles, que tienen llave
si dejas atrás la pregunta de cómo saldrán
Silencio y respuesta, elige el que sea
la que te hace bien, la que no duela
Verás como se abre una puerta
Sólo tienes que entrar, entra...

¿Qué día no salió el sol que día no despertaste?
Recuerda cuando creíste perderte y te encontraste
Tan fácil como que vives que sueñas que sabes
tan tuyo que si tú entras tú también sales

Hay tanta fuerza que debes romper el silencio que abrazas
silencio de miedos, silencio de planes
que son posibles, que tienen llave
si dejas atrás la pregunta de cómo saldrán
Silencio y respuesta, elige el que sea
la que te hace bien, la que no duela
Verás como se abre una puerta
Sólo tienes que entrar, entra...


[Ella Baila Sola - Entra]
po
- "Mis botas nunca me fallaron. Mis botas nunca me fallaron. Mis botas nunca me fallaron" - Répéta le petit prince afin de se souvenir...

jueves, 7 de junio de 2007

Bajo mínimos


"Todos llevamos dentro nuestro propio infierno, una posibilidad de perdición que es sólo nuestra, un dibujo personal de la catástrofe. ¿En qué momento, por qué y cómo se convierte el vagabundo en vagabundo, el fracasado en fracaso, el acohólico en un ser marginal? Seguramente todos ellos tuvieron padres y madres, y tal vez incluso fueron bien queridos; sin duda, todos creyeron alguna vez en la felicidad y en el futuro, y fueron niños zascandiles, y adolescentes de sonrisas tan brillantes como la de Stalin. Pero un día algo falló y venció el caos"


[Rosa Montero - La hija del Caníbal]

sábado, 2 de junio de 2007

La señora lectora


Plaza de Fuencarral. 16.00. La señora anónima lee un libro. ¿Lo acaba de comprar? No, no, parece que está al menos por la mitad del libro a juzgar por el amplio volumen que ocupan las páginas que tantos secretos e historias encerraba cuando compró, y que ahora ya conoce, pero sin embargo quedan todavía en el mundo de los misterios para mí, o para la chica que al fondo se da la vuelta y se dirige a pedir…veamos ¿qué va a pedir? Ni tú ni yo lo sabemos. Tampoco sabemos ni dónde estará dentro de una hora, ni tampoco dentro de una semana. Mucho menos lo que está haciendo ahora que ya hace días que tomé esta foto.


Pero no nos desviemos, cierto es que la foto deja lugar a muchas apreciaciones que cada uno ve en un rincón, encima de una silla, o en el cartel del fondo. La señora anónima de la chaqueta verde parece disfrutar de su lectura, parece concentrada. Encima de la mesa tiene su café, al que ya ha dado unos sorbos y está como a ella le gusta, ni frío ni caliente, ni amargo ni dulce.
Al lado hay unos libros. Acercándome en la foto a comprobarlos distingo la palabra “Gold” y “activitybook”. Parecen libros de inglés. Así que la señora, además de cultivar la lectura, se dedica a los idiomas, interesante, interesante. ¿Tendrá la clase después? ¿Vendrá ahora de clase?. Ciertamente parece una mujer culta. Me gustaría acercarme a ella, sentarme en una de las sillas vacías que la rodean y hablar un rato. Pero no la quiero molestar en su lectura. Además a lo mejor está en el momento álgido de la novela y sólo tiene cinco minutos más antes de irse para leer el capítulo en el que la protagonista descubre la pista que le conducirá hasta el asesino.
No, no, mejor me quedo en mi mesa y sigo imaginando como será su vida. ¿Será feliz? Que pregunta más complicada… pues yo creo que quizá sí. No se reflejan en su rostro el paso de desgracias, más bien yo creo que está radiante. Sin embargo, las sillas a su alrededor están vacías. ¿Estará soltera? ¿Casada? ¿quizá divorciada? Bueno a lo mejor le gusta tener un rato para si misma después de comer y por eso está sin compañía.


Vaya, se está levantando. Mira su reloj recoge sus cosas y echa un vistazo al libro de inglés. Sí, sí, juraría que tiene clase de inglés ahora, veo alejarla mientras escucho sus tacones cada vez más lejos, y el olor a perfume que dejó tras de sí se va desvaneciendo. ¿La volveré a ver? Quien sabe, en Madrid más de 3.000.000 de personas suben, bajan, leen, beben café, y viven en las calles a diario. No creo, aunque quizá si la próxima vez que vuelva a Madrid voy a las cuatro a la cafetería de la plaza de Fuencarral…
Mientras tanto desde el silencio le deseo mucha suerte para moverse por esta jungla que es la capital.


Hasta siempre señora lectora. Suerte.